Los años van pasando y aunque sigo siendo aún un chaval como diría aquel, ya voy conociendo a jóvenes desarrolladores, la sabia nueva del gremio, como cuando yo empecé. Y para ellos especialmente, quiero compartir la siguiente anécdota que guardo con cariño, para despertar en ellos un cierto valor o arrojo para que demuestren lo que sepan.
Impulsarles a que marquen la diferencia con el resto de candidatos en un proceso de selección. Que olviden el pánico a competir con otros. Que no tengan miedo a plasmar lo que saben a hacer, y tampoco lo que no.
En noviembre de 2009, andaba buscando un nuevo trabajo. Y el viernes 6 de aquel mes, tuve una entrevista más. Sabía la dirección, pero confieso que no sabía la empresa a la que iba, lo cual es un gravísimo error, antes no lo sabía. Cuando me enteré, tampoco era consciente.
Así que allí me presenté. Durante la entrevista, a veces tenía la sensación de que era uno más que iba allí, supuse que como algunos habrían ido previamente, a contar su vida laboral y a ver si llamaban después. Como decía, era aún más joven, tenía poco que contar y encima en ese momento no tenía empleo, pero sentí que quizás podría convencerles de que era el adecuado para el puesto si demostraba lo que sabía hacer. Fuera mucho o poco. Así que me ofrecí para hacer una prueba. ¿De qué? No sé, estaba improvisando, lo juro. Una prueba de código, de inglés, me daba igual. Quería salir de allí con un Sí o un No.
Al entrevistador, que al mismo tiempo era el jefe de equipo, le pareció una buena idea y fuimos con el resto del equipo. Me dieron el código de un procedimiento almacenado de Oracle, real del día a día junto al mensaje de error. Recuerdo que tardé menos de 40 minutos, en aquellos momentos me parecía una eternidad. El compañero que se ocupó de ello dijo que le llevó varios días, aunque ya me sentía pletórico de haber salido impunevictorioso de esa osadía.
A las 2 horas de salir de allí me llamaron. El lunes empezaba en Accenture.
Bola extra
Sé que se puede considerar un acto de prepotencia y lo comprendo, pero no fue intencionadamente, de verdad. Lo conté y lo he contado honestamente como lo sentí y lo que quiero transmitir ahora en esencia, es que hay que derribar los muros invisibles que nos creamos cada uno en nuestra cabeza.
Y desde aquí envío un abrazo con cariño a cada compañero de entonces, ¡que menudos ratos pasamos!